La paradoja de los smart contracts: más inteligentes pero menos flexibles

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Los smart contracts tienen una dependencia directa del lenguaje de programación informático con el que se construyen. Por tanto, la formalidad, precisión y rigidez de este lenguaje delimitará la capacidad de los smart contracts para adaptarse a situaciones complejas y regular circunstancias jurídicas sofisticadas.

Cualquiera que tenga experiencia negociando acuerdos sabe que, en ocasiones, donde existe distancia y divergencia de perspectivas, una redacción con cierta dosis de ambigüedad es la que salva los pactos y permite llegar a un acuerdo final entre las partes. Los smart contracts eliminan la posibilidad de acudir a este recurso en una negociación, ya que su naturaleza casa mal con disposiciones vagas, ambiguas o abiertas.

Por diseño, los smart contracts facilitan la creación de obligaciones contractuales, que se rigen por reglas estrictas y rígidas basadas en código de programación. Son especialmente adecuados para recoger acuerdos en los que las partes pueden delinear las obligaciones de una manera objetiva y predecible, pero difícilmente podrán utilizarse para regular relaciones en las que las obligaciones son poco precisas o impredecibles en el momento de la celebración del contrato.

En este sentido, los smart contracts no están adaptados para regular prestaciones contractuales relacionales o de larga duración en el tiempo. En los contratos relacionales es habitual que los contratos tengan términos abiertos que se modifican continuamente para dar cuenta de eventos imprevistos en la relación cambiante de las partes. Es precisamente esta fluctuación la que resulta difícil de capturar en lenguaje de programación informática y en sistemas auto-ejecutables. Una de las posibles soluciones sería el establecimiento de personas que realicen la función de oráculo, pero no queda claro que fuera un mecanismo más eficiente que los actuales contratos en lenguaje natural.

Incluso si los smart contracts se utilizan para regular obligaciones legales predecibles y objetivamente verificables, todavía hay dudas sobre el grado en que los smart contracts pueden recoger con precisión la intención de las partes. El proceso de creación de un smart contract involucrará decisiones importantes sobre el significado, contenido y aplicabilidad de los acuerdos de las partes. Los programadores deberán realizar juicios subjetivos, interpretaciones y decisiones importantes sobre eventos futuros potencialmente inciertos al redactar un código de smart contracts, que podría enmascarar o distorsionar la intención de las partes. Volvemos a los problemas de interpretación que abordábamos al inicio de la unidad.

Todo nuestro sistema contractual está fundamentado sobre la asunción de que la expresión de la voluntad de las partes se traduce en lenguaje natural o actos tangibles, fácilmente interpretables por las partes, por terceros o por un tribunal, en caso de conflicto. Los smart contracts nos llevan inevitablemente a la existencia de al menos dos fuentes igualmente válidas para expresar la voluntad de las partes: un contrato por escrito en lenguaje natural y un contrato en código informático. Está por ver cómo se interpretarán las discrepancias que puedan surgir entre las dos versiones de este contrato desdoblado, cómo se gestionan las consecuencias y cómo se asigna la responsabilidad.


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